Malecón de Coatzacoalcos, Ver.

México. La irreductibilidad del hecho cristiano

«En vez de ver lo que hace o no el gobierno, ver una humanidad distinta, una criatura nueva, un modo de vivir la realidad en la que entran ganas de ser como ellos, de estar en su compañía». Testimonio.

Don Julián nos recuerda que estamos dentro de una historia que es irreductible a explicaciones, que atrae e introduce un conocimiento nuevo, una criatura nueva. Alguien que anuncia lo que ya está presente en él y que quien se deja atraer por este hecho, experimenta en sí mismo la novedad.

Los testimonios nos hacen ver en la experiencia cómo Cristo se ha hecho carne, vence objeciones y heridas, ilumina todo, incluso la muerte y corresponde al corazón.

Lo único que permite afirmar que hay alguna esperanza son ciertos rostros en los que esta esperanza existe.

En esta semana, la escuela de comunidad tocó el tema de las elecciones, y también se ha indicado este tema en la revista Litterae Communionis, percibí el juicio común: no es un gobierno el que cambia la situación y la compleja problemática de nuestro país. En un texto, leí una referencia histórica de los orígenes de la cristiandad: al inicio, la iglesia se había hecho responsable de muchos sectores de la vida pública: el clero fundaba y atendía escuelas y universidades; los religiosos se hacían cargo de la salud pública: hospitales, hospicios y orfanatos; los monjes colonizaban y valorizaban las tierras sin cultivar; y cómo todas esas tareas fueron devueltas a la sociedad civil, tareas que, llevadas a cabo sin el horizonte cristiano, es comprensible su decaer. Me quedé un poco decepcionada, pensaba en la pregunta de Don Giussani: ¿es el hombre moderno el que ha abandonado a la Iglesia o la Iglesia ha abandonado al hombre?

Y entonces, acontece la respuesta, una invitación a la velada de la esperanza, una colecta a favor de AVSI para la construcción de una casa para niños migrantes me hizo recordar que aún existen cristianos, como mi amigo Diego, sacerdote y maestro, como Lulú Pineda con su taller de lectura infantil, como Don Giussani y tantos educadores de CL, Padre Aldo con su hospital, el testimonio de Oliverio y el banco de alimentos. Y vuelve a acontecer la esperanza de adherirme a esos rostros en los que la esperanza existe, a caminar y colaborar también en las cosas de este mundo: la salud, el pan y la paz.

El momento fue bellísimo, el paisaje: la inmensidad del mar y el cielo, un perrito jugando bajo la lluvia. Las melodías que a la luz del encuentro adquieren significado y correspondencia. Sobre todo estar con los amigos que hacía más de un año no veía. La verdad, en un inicio quise ir sólo por verlos. Y la pequeña representación de la Sagrada familia, la Virgen con los brazos abiertos, inclinada hacia su Hijo, un bebé tan pequeño que pretende ser la Salvación del mundo y el Sentido de todo (un hecho irreductible a toda explicación). Y San José, custodiando y atendiendo al llamado recibido. Imagen que me hace pedir por mi hermana, por Miguel, por mí y por tantos necesitados, como la niña de la foto en el cartel, esperando poder reunirse con su familia, que abraza a Miky mouse (el sueño americano), y tantos otros rostros en busca de esperanza, pedir porque Dios nos conceda la gracia de vivir cada día con la mirada fija en su Presencia. Sin duda un momento de gran alegría y provocación, que me hace cuestionarme también cómo vivir la cultura, la caridad y la misión, propuestas por don Giussani como las dimensiones de la experiencia. Cristo se ha hecho carne y vence objeciones y heridas.

En vez de ver lo que hace o no el gobierno, ver una humanidad distinta, una criatura nueva, un modo de vivir la realidad en la que entran ganas de ser como ellos, de estar en su compañía.

Paloma, comunidad de Coatza.