En el año 2005, en el funeral de don Giussani, el entonces cardenal Ratzinger expresó lo siguiente:«desde el inicio, se sintió tocado, más aún, herido por el deseo de la belleza», que no se contentaba «con una belleza cualquiera» y que «encontró a Cristo», comprendiendo así que «el cristianismo es un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento». El acontecer de esta “historia de amor” nos revela cada vez con mayor claridad el sentido de lo que Ratzinger seguía diciendo en aquella ocasión: «el amor de don Giussani a Cristo era también amor a la Iglesia; así, siempre permaneció como fiel servidor, fiel al Santo Padre, fiel a sus obispos».

Una Iglesia que para nosotros tiene la forma concreta –como le gustaba decir a don Giussani– de una amistad verdadera, de una “compañía hacia el destino”, cuya unidad –cada vez nos damos más cuenta de ello– es la primera vía de salvación para nosotros mismos y de misión para todos.

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