María Rosa y Rosy en el hospital

México. «Acompañar en el timón de la barca a los enfermos»

María Rosa ofrece apoyo psicológico a enfermos en un hospital a través del programa “Caritativa de los Doctores médicos de la risa”. Ahí, acompañando al personal, se pregunta: qué es lo que nos arranca de la nada.
María Rosa Cantú

La noticia de la pandemia global del coronavirus parecía lejana a la realidad de México, hasta que recibimos el anuncio de la suspensión de todos los gestos del movimiento. No había pasado ni un mes de que habíamos recibido la visita de don Julián Carrón a Monterrey para presentar su libro ¿Dónde está Dios?, y no había pasado ni una semana de que el padre Davide Tonini había venido para darnos el retiro de Cuaresma ¿Qué preferencia hace posible una preparación para los hechos que venían? A partir de ahí empecé a vivir la experiencia de vértigo que describe tan bien Carrón de Don Giussani, en la carta a la fraternidad, cuando habla de responder en cada instante a través de «estos signos tan aparentemente volubles, tan casuales, como son las circunstancias a través de las cuales me arrastra ese desconocido ‘señor’ y me convoca a sus designios. Y tendría que decir ‘sí’ a cada instante sin ver nada, simplemente obedeciendo a la presión de las circunstancias».

En el hospital donde trabajo soy responsable del programa “Caritativa de los Doctores o médicos de la risa” (que dan acompañamiento alegre a enfermos y su familia). Cuando se suspendió el programa, me pareció precipitado. A esto se sumó la suspensión de las misas en la capilla del hospital que siguieron solo a puerta cerrada.

Todos estábamos frente a un hecho insólito, nunca visto, que nos daba miedo. ¿Qué nos arranca de la nada? Para mi compañera de trabajo, Rosy, y para mí, había algo que nos rescataba de ese miedo e incertidumbre. La carta de don Julián Carrón y su texto previo: «así es como en las dificultades aprendemos a vencer el miedo». Nos pareció providencial que tuviéramos estos textos que nos hacían vernos a nosotras mismas en medio de ese ‘torbellino de circunstancias’, y recuperar el sentido y la fuerza para vivir. Al volver a leerlos, nos decíamos: es verdad, no nos permite mirar para otro lado, como si no nos tocase. «Lo queramos o no, nos afecta a todos (...) ¿Cómo estar como hombres frente a esta circunstancia?». Lo primero que hicimos fue atrevernos a ver a la cara el miedo que sentimos. Reconocerlo y ver cómo se manifestaba en nosotros. Esto dio paso a sentirnos muy necesitadas, vernos con ternura y situarnos en la posición del mendigo.

Al poco tiempo, el director médico nos pidió enfocarnos al personal de urgencias y de enfermería en general. Había mucho estrés e incertidumbre comenzando por jefes de servicio. Nos pidió acompañarlos, ayudarlos a vivir el momento de crisis y evitar las ya tan notables ausencias.

¿Cómo empezar?: tal y como nosotras hemos sido acompañadas y ayudadas para responder. Fuimos a diversas áreas: urgencias, hospitalización, laboratorio, etc., formamos grupos pequeños para hablar de lo que nos preocupaba y angustiaba, escuchando y reconociendo concretamente aquello que inquietaba. Había quien se sentía enojado, preocupado, paralizado, asustado. Con cada grupo leíamos el episodio de Jesús en la barca en medio de la tempestad, del Evangelio de San Marcos, y nos hacíamos las preguntas: ¿por qué los discípulos tenían miedo si iban con Jesús?, ¿por qué Jesús les preguntaba: dónde está tu fe? Y así, en ese estado de vulnerabilidad e impotencia, pedía al Señor que viniera para acompañarnos, y sentir su presencia con el conocimiento de la fe. Esto resultó extrañísimo, sobre todo en áreas donde siempre hay bullicio y actividad. Nos percatamos de que las personas al principio eran indiferentes y distantes, al final se sentían tomadas en cuenta, y su actitud se tornaba amigable y agradecida.

Llamarlos a cada uno por su nombre desvaneció la extrañeza y la distancia para dar paso a la familiaridad y la confianza. Paty, una enfermera llegó a la oficina después del encuentro para agradecer, nos dijo que sentían nostalgia de la fe que había recibido de sus padres pero que ya no vivía y que deseaba retomar. Esta misma experiencia la he compartido con pacientes que van a recibir un procedimiento cardiaco y procedimientos renales. Uno de ellos comentó: «haber sacado a Dios ha creado un vacío en nuestras vidas, ahora el coronavirus nos está restituyendo a Dios».

Para otros colaboradores, estos encuentros han sido la posibilidad de acercarse a nosotros para hablar de sus problemas de relación en el matrimonio, o para hablar de la tristeza que viven, como fue el caso de Gerardo, un enfermero que expresó sentirse enfermo de tristeza, de ya no sentir pasión para vivir. Tiene 24 años y es papá de una niña de dos. Lorena, de seguridad en la UCI dijo: «vivimos una oportunidad de oro en que se pone a prueba la compasión; dos amigas perdieron su trabajo y les abro la puerta de mi casa para comer o cenar, para lo que necesiten mientras buscan acomodarse». Son muchas experiencias que vamos recogiendo de estos encuentros.

Trabajo en los Cuidados Paliativos del Hospital, mi vocación me llama a buscar el bienestar de las personas sin importar la edad, no solo al final de su vida, sino en momentos críticos. ¿Qué es lo mejor que pueden recibir de mi? Una presencia que abra a un horizonte más amplio, a la esperanza. Hace unos días, el Papa nos dijo que Jesús eligió para dormir en la barca la parte mas vulnerable, la del timón ¿Qué le permitió dormir tranquilamente en medio de la tormenta? Vivir la relación con su Padre. Yo deseo lo mismo, seguir acompañando a los enfermos en el hospital, “en el timón de la barca” donde Él me llamó a servirlo.