México. El miedo no me detiene
Kira, en Quintana Roo, decidió arriesgarse y participar en un proyecto para repartir despensas a familias necesitadas. «Después de tocar ese miedo que nos aniquila y detiene pensé: ¿y la fe?, ¿qué significan estas personas y estos hechos en mi vida?»Me llamo Kira, soy abogada, asisto a la Escuela de Comunidad en Cancún, Quintana Roo, vivo en la Riviera Maya, en la Ciudad de Playa del Carmen, en el Estado de Quintana Roo, una bella ciudad que vive del turismo.
Como es sabido por todos, la problemática de salud que vive el mundo con la epidemia por COVID-19, tiene como consecuencia la aplicación de medidas por parte de los gobiernos para mitigar y contener la expansión de la enfermedad.
En consecuencia, y no siendo la excepción el Estado de Quintana Roo, nuestro gobierno aplicó diversas medidas como son la suspensión de las actividades escolares, el cierre de centros de negocios que realizan actividades no esenciales (como son bares, restaurantes, cines y otros establecimientos comerciales) así como otras disposiciones tales como las de quedarse en casa y otras ya conocidas por todos.
Cabe señalar que la problemática del COVID-19 impactó como nunca al Estado de Quintana Roo, ya que ocasionó el mayor número de empleos perdidos en medio de la epidemia por COVID-19, al registrarse más de 63 mil 847 despidos, lo que representa cerca del 18% de los 346 mil 878 casos de desempleo en el país, registrados entre el 13 de febrero y el 7 de abril, de acuerdo con datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS).
En medio de estas circunstancias, preocupada por el futuro de la gente que colabora conmigo y por mi empresa, de tomar decisiones sustentables ante un panorama de crisis social y económica sin precedentes, recibo la llamada de un amigo para invitarme a un programa de voluntarios por parte del Gobierno del Estado de Quintana Roo, que consiste en llevar despensas a los más necesitados y vulnerables de mi comunidad.
El amigo que me convocó, junto a otras personas, explicó en na reunión de trabajo que el Gobierno del Estado, por conducto del ejecutivo y mirando la problemática del desempleo, implementó un programa para repartir alimentos casa por casa, a cada familia de todo el Estado, atendiendo principalmente a los sectores más vulnerable. También comentó la logística, las medidas de seguridad, el protocolo para evitar contagios, el desarrollo, así como la integración de equipos de trabajo en territorio.
Recuerdo que mi amigo explicó que la actividad a desarrollar tenía riesgos como el contagio del virus, el contagio de los nuestros, e incluso la posibilidad de perder la vida. Mi amigo, agregó que respetaba la decisión de si alguno de los invitados a participar en este proyecto, decidíamos no hacerlo. También añadió que, por ser un trabajo totalmente voluntario se tendría que cooperar con un vehículo, la gasolina y otros insumos.
Cuando salí de la reunión, se me vino un mundo de pensamientos, me inundé de miedo, y no sabía cómo decirle a mi esposo que había sido invitada a un trabajo como este, es decir un trabajo de riesgo y sin ninguna retribución económica. Tampoco sabía a quién invitar a realizar una tarea así. Por un minuto todo me parecía una locura y algo tremendamente absurdo.
En medio de una serie de pensamientos encontrados, me pregunté: ¿por qué tengo miedo? y claramente me vi vulnerable, temerosa de perder mi salud, mis falsas seguridades, mis proyectos, mi familia, mi supuesta tranquilidad, mi comodidad y mi vida, toqué el miedo de perder todo lo que creo que soy y tengo.
Después de tocar ese miedo que nos aniquila y nos detiene pensé: ¿y la fe? y Dios... ¿Qué quiere Jesús de mí? ¿Estas circunstancias a qué me invitan? ¿Qué significan estas personas y estos hechos en mi vida?
Recuerdo que también le pregunté a mi esposo por qué la madre Teresa de Calcuta no tenía miedo a contagiarse de la lepra. Mi esposo, de una manera muy sencilla, me contestó: porque no lo hacía por ella, no le importaba ella… sino Otro…
Al escuchar a mi esposo y hacerme estas preguntas, curiosamente mi miedo tomó otra dimensión. Es así como decidí participar en las brigadas y armar mi equipo de trabajo; es así como le comparto a mi esposo mi nuevo trabajo; es así como reconozco que estas circunstancias están hechas para mirar a Cristo, para volver la mirada a lo que salva nuestra vida, para encontrarme y encontrar lo que Él quiere de mí.
Es así que cada mañana me pongo mis guantes, mi cubre bocas, mi sombrero, mi chaleco amarillo de brigadista; y salgo a caminar con mi equipo las calles de mi ciudad para tocar la puerta de cada familia y llevarle una despensa.
Tengo un súper equipo de brigadistas conformado con personal del gobierno de Quintana Roo, así como personal del Municipio de Solidaridad, y otros simples ciudadanos como yo. Ciertamente, en mi brigada hay personas con distintas corrientes políticas, e indudablemente existen intereses en estas tareas. Consecuentemente, esta ayuda puede traducirse en el interés de captar a un cierto electorado o posicionamiento de índole político. Sin embargo, al ser responsable de la brigada, lo primero que les comento a mis brigadistas es que respeto la corriente política que cada uno tiene, que estoy consciente de que para muchos esto es una oportunidad política, que se puede traducir en posicionamiento ante un electorado. Pero con independencia del proyecto que cada uno tiene, les pido que el trabajo trascienda al color de un partido, la ideología personal, el simple cumplimiento de una actividad institucional, y que veamos que nuestra principal tarea es la persona, es ayudar a nuestra gente, a nuestra comunidad.
Lo cierto es que cada mañana antes de iniciar mi actividad le digo a Cristo: ¡Señor, tú sabes que tengo miedo! ¡Señor, tú sabes que me preocupa mi esposo! ¡Jesús, tú sabes que me preocupan mis colaboradores! ¡Jesús, tú sabes que me preocupa el mundo! ¡Mi Dios, sabes que tengo miedo del COVID -19! ¡Jesús, tú sabes todo de mí! dame solo salud y alegría para servirte.
Sinceramente espero con alegría cada mañana, espero con alegría ver a mi equipo de brigadistas y agradecerles su valentía, compromiso y compañía, espero con ansia tocar una puerta y encontrar rostros que se iluminan con una sonrisa o un suspiro al recibir una despensa y decirles algo.
Resulta que el COVID-19, paradójicamente me volvió a la vida, este virus se convirtió en una oportunidad para mirar hacia Cristo, para mirar que la política y las acciones de gobierno son funcionales cuando las personas construyen acuerdos y buscan el bienestar de la comunidad, para mirar la política como dice Papa Francisco “La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad” (La buena política está al servicio de la Paz: Papa Francisco, 2018), para confiar que todo va a estar bien, para valorar la compañía que Cristo me ha dado, para comprender que también ahí, donde es impensable lograr algo, es posible hacer mucho; para mirar que hay otras personas que, independientemente de su propósito personal, buscan el bien común; para encontrar otros amigos; para experimentar una felicidad al ver una sonrisa en las personas que visito cada mañana; para experimentar una serenidad en medio de la tempestad; para no importarme si otros me usan con cualquier propósito; para mirar en mi esposo su gran corazón; para no perder la esperanza; para abrazar mis miedos, pero sobre todo, para tener la certeza de que Jesús no nos abandona.