Foto: Pippo Bunorrotri

México. Él quiere que viva, que viva intensamente la realidad

«Agradecida por pertenecer a una compañía que me mantiene en tensión para reconocerLe, aun en esta pandemia». La carta de Yolanda, de la Ciudad de México

Estoy aquí por el un sí a un gran amor que, como un deseo indescifrable, siempre estuvo en mi corazón; agradecida por pertenecer a una compañía que me mantiene en tensión para reconocerLe, aun en esta pandemia. Como Pedro, un hombre maduro -y yo todavía más que él- y con toda nuestra pobreza ante la Presencia inexorable y fascinante de Cristo, nos volvemos como niños, deseando su abrazo eterno, respondiéndole: Sí, Jesús, ¡te amo con todo mi ser!

Dentro del tiempo que he estado en CL, he vivido experiencias muy bonitas que han llenado mi mente y mi corazón, una forma de conquista para adherirme a Cristo dentro de mi fragilidad humana. La más bella, la llegada a este mundo de mi nieta, que ha llenado nuestras vidas de inmensa luz y alegría.

Pero también he vivido tiempos difíciles, en concreto la enfermedad y muerte de dos seres muy amados: mi madre y mi esposo. El hecho de haber vivido esos tiempos de angustia, tristeza, zozobra, miedo..., mi yo se vio envuelto en la gran necesidad de Cristo, de abandonar mi persona en Él, haciendo a un lado mis pretensiones, mis planes, mis deseos. Esto hizo que yo pudiera vivir la realidad verdaderamente, ¿cómo?: Convencida de su infinito amor hacia mí, por haberme elegido; y aceptando y reconociendo mi dependencia, yo no puedo dar un aliento de vida más ni a mí misma ni a nadie más, sólo Dios es quien lo hace, y genera todo. En esto hay algo muy bello, aunque parezca irónico, y es que, además del afecto y apoyo recibido de amigos, lo cual jamás puede uno olvidar, es que, por ejemplo, en la relación con mi esposo, el Misterio nos permitió vivir nuevamente con alegría y amor, sin que nada quedara pendiente, ¡nuestras vidas juntos se cumplieron! ¡Cristo siempre estuvo presente! y siguió y sigue presente en mi vida, dándole sentido a mi existencia día a día.

Ante lo que estamos viviendo a nivel mundial, me impacta profundamente ver cómo nuestra fragilidad y dependencia humanas nos obligan a volver nuestra mirada al cielo, implorando la Misericordia del Señor. Y en lo particular, me conmueve cómo esta compañía cristiana me sostiene. Mes y medio o más en restricción y estoy arduamente ocupada: estudio, encuentros, cursos, catequesis, lecturas, sin dejar de mencionar la parte litúrgica.

Todo es obra de Dios, Él quiere que viva, que viva intensamente la realidad, y me da los instrumentos que necesito para vivirla y aprender de esta circunstancia, me invita a juzgar con una mirada nueva, diferente. Lejos de quejarme como siempre lo he vislumbrado, agradezco este remanso porque es la ocasión de tomar conciencia de todo lo que se me ha dado en la vida, de encontrarme a mí misma, en mi reflexión y mi soledad, para poder llegar a lo esencial de la vida: ¡Cristo, Gran Compañía para quien lo desea!