Imagen: L. Moreno

México. El rosario, dos hermanos y el nacer de una mirada nueva

Redy, de la comunidad de Monterrey, reconoce que el camino hecho en el movimiento le ha donado una mirada nueva hacia su hermano, quien, dentro de las antipatías, hoy identifica con afecto que hay algo distinto en él.

Hace unas semanas mi hermano Romano me dijo que estaba rezando el rosario y que en mayo lo hizo a diario acompañado en las redes sociales. Este domingo, Romano me invitó a comer a su casa y al final, antes de irme quiso rezar conmigo el rosario. Esto me sorprendió mucho, porque hace dos años él estaba muy alejado de la Iglesia.

Haciendo memoria de mi experiencia familiar, debo decir que desde niños había cierto malestar entre nosotros, sufrimos mucho de forma individual y con los demás, mi relación con él llegó a ser muy hostil, incluso ya siendo adultos, al punto que prefería no verlo por largos períodos. Sin emabrgo, desde que inicié un camino en el movimiento, mi mirada y nuestra relación han cambiado al grado que ahora en la pandemia, al saber que casi no tengo trabajo, me busca mucho más, me pregunta el día de la semana que iré a visitarlo, me ofrece ayuda económica, cocina, me da de comer y hasta prepara suficiente para lleve a mi casa. Me identifiqué con la pregunta del texto de Escuela de Comunidad, ¿cuál es el resultado de este terremoto? Pues que ahora sí me hago las preguntas para poder llegar a la razón y a una condición adulta.

¿Qué ve ahora mi hermano en mí? ¿A quién busca realmente? ¿Cómo podemos tener una mejor familiaridad con Cristo? ¿Por qué hemos tenido el deseo de rezar el rosario? Al leer la revista Huellas del mes, sentí que estaba dirigida hacia mí en lo que decía Don Giussani en el año 2000: El rosario es como la síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo. El rezo del rosario nos afianza en la seguridad de lo que la madre de Jesús puede hacer por nosotros, de lo que hace por nuestra vida.

¿Quién nos ha cambiado? Lo que ha sucedido, ha despertado con el concurso de nuestra libertad, nuestra atención, poniendo nuevamente en movimiento nuestra razón, liberando las preguntas sobre el sentido propio de nuestra naturaleza. El deseo de ser amados persiste, no desaparece en nosotros. Antes, cuando pretendía comprender a otra persona o a mí mismo, no prestaba atención a los actos. Ahora puedo mirar los signos de Su Presencia, sin pasar nada por alto, ni las acciones más pequeñas.

La estima de mi hermano hacia mí nace de una mirada distinta que yo tengo hacia él; una mirada nueva que me ha sido dada por Otro, pues todo puede ser rescatado, Cristo alcanza a otros a través de alguien que da su sí todos los días y se convierte en hijo Suyo. Me saca de la distracción y dirige mi mirada hacia la realidad, una realidad en la que está sucediendo algo más grande. Él acontece y me indica la dirección para seguirlo.