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México. Es una cuestión de afecto

«En esta compañía es donde se me enseña realmente a amar a Cristo, porque es a esta compañía a la que hoy me dolería más serle infiel». El testimonio de María José, de la CDMX, sobre la Escuela de Comunidad

La última escuela de comunidad que tuvimos el miércoles pasado sucedió algo que, solo a la luz de la lectura de la misma escuela de comunidad y del silencio, descubro que es bueno para mí. Había sido una semana pesada, porque habían salido dificultades de convivencia con una de mis compañeras con la que rento, y también habían salido temas delicados en el trabajo, por ello me sentía necesitada de oír algo que me ayudara en la Escuela de Comunidad (EdC).

Empezó la Escuela y no lograba entender nada, escuchaba palabras que de inmediato se me iban al viento y no lograba adentrarme en lo que decían los demás. Sentí una profunda decepción, y como estaba en mi propio cuarto, decidí ponerle “mute” a la conexión (para que nadie notara que me había desconectado) y me puse a leer un libro que hoy me está ayudando mucho porque es muy bello, que de hecho fue regalo de un amigo del movimiento y ésta, incluso, fue mi justificación inicial.

Cuando noté que había terminado la escuela de comunidad, regresé a la “computadora y la apagué. Esta noche, en la oración de completas me di cuenta que me sentía triste, ya no decepcionada, sino con una tristeza extraña. Retomando al día siguiente la lectura la de la EdC, leía que, al referirse a la criatura nueva, “cuando se experimenta un gran amor (…) todo se vuelve un acontecimiento en su ámbito” y más adelante que “el conocimiento nuevo nace de la adhesión a un acontecimiento, del affectus  a un acontecimiento al que nos apegamos, al que decimos sí” y, añadido a eso, recordé que (como decía Juan Pablo II) el “amor” en el tiempo toma el nombre de “fidelidad”.

Platicando esto con una amiga, me recordaba que, ante cosas concretas como el trabajo o el estudio, a veces no tiene nada de malo “cambiar” la Escuela de Comunidad por otras cosas. Pero para mí este hecho había sido distinto; aquí es cuando empecé a describir cómo me sentía, pues sentía como si hubiese traicionado a alguien que amo, solo porque en un momento me hizo enojar o hizo algo que no me gustó, y me fui con otro a quien quiero a medias para distraerme, y un poco hasta como a manera de berrinche. Me sentía justamente como si hubiese sido infiel.

Y ahora digo con más certeza, que en esta compañía es donde se me enseña realmente a amar a Cristo, porque es a esta compañía a la que hoy me dolería más serle infiel. Es la misma tristeza la que me hizo querer retomar la Escuela de Comunidad al día siguiente, y estoy segura de que es movida por un genuino afecto a la compañía entendida como el lugar en el que se me educa aún a pesar de mis resistencias.