Foto: Los Ángeles Times

México. Tomar en serio mi humanidad me hace encontrar a Cristo

«Admito que me da miedo mirar mi humanidad, mirarme frágil, con un deseo desproporcionado a mi realidad. ¿Por qué no me basta mi novio, mis amigos, mi familia?, qué pasa?» Carta de Monterrey

Admito que me da miedo mirar mi humanidad, mirarme frágil, con un deseo desproporcionado a mi realidad. Estas últimas semanas han sido sumamente difíciles, el trabajo parece que cada día se convierte en el dueño de mi tiempo, llamadas a deshoras, horarios interminables de trabajo, todo el día frente a una pantalla de 13 pulgadas. Equivocarme por detalles donde veo que solo es mi falta de atención, regaños de mi jefa… Trámites con el gobierno que tardan siglos y parece que no tienen fin y, para colmo, la cancelación de mi vuelo a Italia para ver a Alberto.

Se me pasan los días a una velocidad incontrolable, todos los días parecen lo mismo, la misma rutina, el mismo estrés.

Leyendo el punto 2 de la escuela de comunidad encontré esto: “De hecho, la experiencia consiste en vivir juzgando todo con ese criterio que es nuestra humanidad: un conjunto de exigencias y evidencias originales que nos pertenece de forma estructural, y que se activa al compararse con todo aquello que sale a nuestro encuentro”. Descubrí que, ese conjunto de exigencias y evidencias que tenía dentro de mí era el criterio último para juzgar lo que sucedía.

Y me di cuenta de que esto es lo que viví. Lo cuento con un hecho concreto: uno de estos domingos se tuvo una reunión del CLU Latinoamérica con Carrón. Estaba yo escuchando con mis hermanas y de repente me surgió una exigencia “deseo un amigo adulto” alguien al cual mirar, que me cuide y vea por mi destino.

Ese día que terminaba me hacía la pregunta y el reclamo, pero no lo comprendí: ¿por qué no me basta Alberto, mis amigos, mi familia?, ¿qué pasa?

Al reunirnos con el padre Davide, él me hizo ver que este Amigo Adulto nunca va a ser ninguno de ellos, mucho menos Alberto. El Amigo Adulto es Cristo.

Me di cuenta de que, al vivir mis días rápidos, era como poner en velocidad rápida a Cristo, porque tampoco me detenía a ver qué estaba viviendo, no miraba mi realidad, por cansancio o por hartazgo. La semana pasada, mientras caminaba, le preguntaba a Cristo ¿Tú también estás aquí? ¿Tú también estás en mi dolor? ¿en mi incapacidad de verte? ¿Me amas así?

Estas preguntas me abrieron y me dieron un reset, por así decirlo, porque me di cuenta de que Cristo está y me acompaña ahí, en ese dolor y en ese sufrimiento, ese Amigo Adulto está presente, y se hace presente en mi fragilidad, en mi mezquindad. Me doy cuenta de que, al mirar y tomar en serio mi humanidad, lo que encuentro es a Él, y veo cuán necesaria es esta compañía para no afrontar esto sola, de otro modo, no sería posible.

Mariana, comunidad de Monterrey