Algunos amigos que participaron en esta iniciativa

México. Diálogo posible y regeneración del Yo

Tomar en serio la propia exigencia de verdad frente a la compleja realidad política de México, condujo a un grupo de amigos a la experiencia un diálogo auténtico, lo cual movilizó a amigos de todo el país.
Arturo Tapia y Rodrigo León

La complejidad del tiempo político mexicano y de los problemas públicos que inquietan al país, hacen del diálogo la postura más razonable si se quiere secundar el deseo de vivirlo todo con una mayor conciencia sobre el origen positivo y el potencial constructivo de la realidad, como nos lo ha recordado el Papa refiriéndose a la emergencia sanitaria: “De una crisis no se sale igual: salimos mejores o peores” (Francisco, Videomensaje con ocasión de la 75 Asamblea General de la ONU, 25 septiembre 2020); y “Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla” (Francisco, Homilía de Pentecostés, 31 de mayo de 2020).

El proceso electoral reciente nos puso en un doble riesgo: por un lado, el de vivir las circunstancias dentro de los extremos de la apatía o del sobre apasionamiento polarizador, y por el otro, el de vivirlas a la deriva de poderes con discursos engañosos e intereses alejados del bien común.

En este contexto desafiante, y secundando la invitación de nuestros amigos Oliverio y Giampiero, un grupo de amigos de Coatzacoalcos, Oaxaca, Campeche y CdMx mantuvimos encuentros semanales por video conexión desde enero pasado y hasta días recientes. En estos espacios nos procuramos ayuda para ver con amplitud y esperanza hechos presentes que nos confundían y nos separaban.

Esta iniciativa se puso en marcha con grandes interrogantes de método; por ejemplo, ¿cómo se inicia un diálogo verdadero entre personas apasionadas, cada una a su manera, pero con miradas condicionadas por sus propias historias y circunstancias? Y, además, ¿hacia dónde llevar este trabajo? Sin una respuesta clara, lo único que tuvimos en el arranque fue, quizá, la necesidad que a cada uno nos ponía en movimiento, a saber, ajustar la mirada frente a una realidad social y política que nos inquietaba.

En estos meses compartimos columnas de opinión, estadísticas, artículos periodísticos y otros recursos en los que reconocíamos originalidad y no fuentes de respaldo a nuestras propias ideas. A partir, por ejemplo, de artículo “Solidaridad mexicana en tiempos de COVID” (publicado en: EstePaís, 30 de diciembre, 2020) dispusimos lo necesario para reunirnos con Pablo Parás, uno de los autores, quien nos compartió sus datos y su juicio acerca de que el mexicano es solidario y busca ayudar de muchas formas, aunque no estructura de manera estable esa ayuda para que sea sostenida.

En este recorrido también tuvimos un diálogo con Bernardo León, entonces candidato a diputado federal y hombre que se dice a sí mismo apasionado de la política y de la justicia. El propio Bernardo resumió su experiencia en las palabras Václav Havel: “Yo decido participar para vivir en libertad” (El poder de los sin poder, Encuentro, 2013). Al final de este diálogo una amiga decía que este encuentro le mostró a un hombre que testimonia un amor concreto, operativo y carnal por la justicia y la verdad.

Posteriormente, estudiamos el diálogo que en esos días sostuvo Bernhard Scholtz, presidente del Meeting de Rimini, con la comunidad de Brasil, país que al igual que México, atravesaba también por un proceso electoral marcado por la polarización y el desencanto. Uno de los amigos en el grupo decía que las intervenciones de Scholtz en Brasil lo habían rescatado de sus propias reducciones al mirar la política. Esta y otras provocaciones despertaron la inquietud de poner a Bernhard en diálogo también con los mexicanos.

El diálogo excepcional de Scholtz con la comunidad local fue una mayor conciencia para decir “yo” con libertad; un llamado a ser protagonistas, a dialogar para tender puentes antes que polarizar, pues el cumplimiento de la vida no está ahí, en el poder o en la ideología. Este encuentro nos despertó una mayor conciencia de la necesidad de avanzar hacia una política que nos involucre desde la vida cotidiana, en la labor que cada uno desempeña: un maestro, una madre de familia, un empresario, un médico; es decir, una política con más sociedad y menos Estado, que evite salidas simplistas y excluyentes de la experiencia de las personas.

A estas alturas, nuestro diálogo había generado un dinamismo inesperado, resultado de las propuestas de trabajo que dirigimos a las comunidades del movimiento en México, de donde se recogieron preguntas para el encuentro con Scholz, por ejemplo. Distintos amigos hablaban del deseo personal de ayudar a otros y de implicarse en la “plaza pública”, pero mirando el trabajo, la casa y el sostenimiento de la familia como impedimentos. Alguien preguntó: “¿Cómo una ama de casa o un abuelo contribuyen al bien común?, ¿cómo puede hacerlo un empresario?”, “¿qué tengo que ver con ese mundo que, no lo percibo como un medio para construir el bien común?”. Alguien más dijo a propósito de la dignidad “Me resisto a ser utilizado”. Y otros hablaron de lo lejano que les resultaba la política, y la indiferencia o enojo que provocaban las campañas, tan cargadas de mentiras.

Lo que empezó como un diálogo entre amigos terminó movilizando a un pueblo y haciendo visibles sus obras. A este respecto, el encuentro con Scholz fue ocasión para que Lulú Pineda, Rossana, Kira y Olivero compartieran cómo se han jugado en primera persona, como lo cita el juicio por el Movimiento publicado por las elecciones: “un taller de lectura que une a familias a lo largo del país; el diálogo con jóvenes feministas que están a favor del aborto; una amistad que reduce los índices de inseguridad en una región; y una organización social que capacita a las personas para que los niños y jóvenes migrantes no caigan en las redes del narcotráfico” (CL México, “México: el valor de decir ‘yo’, cuando tomas en serio a un ‘tú’, mayo 2021).

Al final de este recorrido conviene preguntarnos qué aprendimos. Es claro que el fruto de nuestro diálogo no fue un acuerdo sobre el sentido del voto o la selección de unas siglas partidistas. De hecho, nunca emergió entre nosotros la pregunta acerca de a quién votar, y es casi seguro que el día de la elección cada uno manifestó preferencias distintas frente a la boleta. No fue entonces una suerte de consenso el fruto de nuestro caminar juntos frente a las elecciones y la política.

Dado que nuestro trabajo no inició ni terminó con un consenso político, al final de nuestro recorrido seguimos siendo personas con miradas y preferencias políticas diversas; sin embargo, algo importante cambió en nosotros: el mirar juntos nos rescató de nuestras reducciones, de nuestras posturas instintivas y/o de la manipulación de los poderes que intentan instrumentalizarnos.

El primer fruto visible de este tiempo fue el diálogo mismo, porque puso frente a frente personas con historias y juicios diversos sobre la política. En este sentido, nuestros encuentros fueron ocasión para entender que, aquello que construye y trasciende es muchas veces silencioso, discreto, y su fruto no se ve de inmediato. También hemos redescubierto que el otro siempre es distinto, diverso, y que su deseo de verdad y de bien, si se pone junto al de cada uno, nos puede mantener trabajando frente a la realidad que nos desafía. No ha sido poco el darnos cuenta de que el es diálogo posible si plantea un camino que regenera el Yo.

El 6 de junio fuimos a las urnas siendo más libres; es decir, más conscientes de que la política no es la actividad en la que se juega nuestra salvación, y de que la construcción de la polis requiere paciencia y generación de virtudes públicas, como nos lo recordó Bernhard Scholz.