México. ¿En qué pongo la esperanza?

La Escuela de Comunidad y el encuentro con un paciente son la ocasión para mirar a fondo el propio deseo del corazón que siempre espera más.

Recientemente consulté a un paciente por mucho dolor en el oído, tenía antecedentes de ansiedad, depresión, tabaquismo y alcoholismo. Mientras lo exploraba, me di cuenta de que no estaba tan mal como se sentía. Platicamos sobre sus antecedentes, su trabajo, me contó que antes fumaba y tomaba mucho pues estuvo muy triste por la muerte de su papá que sucedió hace 6 años, el cual, aunque era alcohílico, era su mejor amigo, quien lo escuchaba con paciencia, lo comprendía y lo aconsejaba. Decía que lo seguía extrañando mucho, aunque gracias a Dios, ya se sentía mejor y estaba tomando menos y ya no fumaba. También me dijo que no era profesionista pero que su mamá le tenía mucha confianza y trabajaba como supervisor de construcción en la empresa familiar. Al despedirse me pidió disculpas por hablar tanto, agradecido por atenderlo sin tener cita y sobretodo por escucharlo, diciéndole a la secretaria que pagaría lo que fuera por ese hecho. Mientras lo atendía me preguntaba si mi hijo tendría esta misma necesidad y el deseo de platicar más a menudo conmigo su vida y de verme como un amigo, ya que normalmente tenemos muy poca comunicación, y mi corazón anhela más. ¿Podré tener algún día el aprecio de mi hijo como lo tenía este paciente por su padre?

Ante estas preguntas y el grito de mi humanidad, llegó un imprevisto, mi hijo me buscó para ponernos de acuerdo con unos pagos escolares, tuvimos un encuentro por zoom durante una hora y media que nunca había sucedido, platicándome de su vida en Poza Rica, se interesó por mí persona y yo por él, encontré respuestas a las exigencias de mi corazón, viviendo intensamente lo real todo ese tiempo al secundar las circunstancias.

Recordando lo dicho por el Papa Francisco, que no nos dejemos vencer por la tristeza y el miedo, que nuestro corazón no descanse. Me doy cuenta que la nostalgia que vivo me permite tener inquieto el corazón y me ayuda a hacer juicio para reconocer lo que responde a mi espera de significado, de plenitud, de cumplimiento, aquí y ahora. Que efectivamente, el imprevisto es la única esperanza, cuando estoy abierto a ese imprevisto. Los bienes más preciados (como mi hijo), no deben ser buscados, sino esperados, pues yo no puedo encontrarlos por mis propias fuerzas, es Otro quien los realiza. Me tomo en serio mi necesidad, mi hambre y mi sed de una vida plena que no puedo dar por descontado. Tengo exigencias de significado continuamente. Me siento vivo, mientras en mi corazón viva la esperanza. Tengo la certeza de que Él me guía para que mi vida vaya siendo suya. Mi corazón es espera de una Presencia que responde, me salva, conserva y cumple mi humanidad. Le pido que me mantenga atento y que pueda seguir mi camino creciendo en ésta compañía.

Redy, Monterrey