Amedeo con Carrón en una de las visitas que el entonces responsable hizo a México

La aventura en México empezó hace 38 años

Presentamos un extracto de la entrevista y el video completo de la entrevista que hizo la periodista Josefina Claudia Herrera a nuestro amigo Amedeo Orlandini, quien vuelve a Italia luego de 38 años de misión en México
Josefina Herrera

Cuéntanos un poco, Amedeo, de ese día en que llegaste a nuestro país.

Llegué el 5 de septiembre de 1985, yo y una familia, todos de Regio Emilia, Italia. El 7 de septiembre nos mudamos a Coatzacoalcos, que era nuestro destino. Cuando llegamos era todo nuevo, un mundo nuevo. Un fuerte impacto: el calor, primero, y en segundo lugar que era una ciudad en desarrollo. Pero nosotros estábamos animados porque veníamos por una tarea, una misión que nos habían dado don Giussani y sobre todo el papa Juan Pablo II. En 1984, en ocasión de los 30 años de nacimiento del movimiento, tuvimos una audiencia con él y allí nos pidió ir por todo el mundo a testimoniar la belleza del carisma que habíamos recibido a través de Luigi Giussani.

El joven Amedeo Orlandini



Llegamos a Coatzacoalcos para apoyar al obispo mons. Carlos Talavera, que algunos años antes había conocido a don Giussani y le había pedido enviar algunos del movimiento para ayudarle a iniciar la diócesis – que había sido una de las primeras diócesis de México, en el s. XVII pero había sido cerrada hasta el 1984–. Llegamos a ayudar en eso. Yo no conocía casi nada de español. Tenía que dar clase y leía textos de don Giussani. Leyendo español fui entendiendo, y tuve la fortuna de que entre las alumnas había una que sabía Italiano, Alma Stefanato, porque estaba casada con un italiano.

En Coatzacoalcos qué fue lo que se hizo, el trabajo ya comunitario.

Para entender eso hay que entender un poco la cuestión del meollo del movimiento. Cuando a don Giussani le preguntaron cuál era el centro del carisma, él dijo que es el asombro por descubrir que Cristo es la correspondencia a todas las exigencias del corazón humano. Eso es. Eso es lo que me pasó a mí cuando encontré al movimiento en 1969. Yo estaba en un instituto en que había un pequeño grupito que había nacido a partir de haber conocido a don Giussani. Cuando yo los vi, me fastidiaban, porque tenían una manera de hablar diferente de lo normal. Tú vas a un catecismo y te hablan de los mandamientos; ellos decían cosas raras, distintas: el encuentro con Cristo, la correspondencia a las exigencias. Era un lenguaje raro y fresco. Yo fui a su grupo, se llamaba “raggio”. Había una niebla intensa de noviembre… Escuchándolos a ellos, me di cuenta que Cristo era realmente lo que valoraba a toda la humanidad. Ahora lo digo así, pero en realidad no entendía lo que me estaba pasando. Pero, en fin, dado que Jesucristo tiene que ver con todo, nosotros teníamos un montón de iniciativas, culturales, sociales, editoriales… Entonces, cuando estuvimos aquí, no es que tuviéramos un plan. Teníamos el deseo de que esto que habíamos encontrado, lo encontraran otras personas. Así, lo que se dio fue una serie de encuentros, casuales normalmente, intercambio de experiencias. Conocimos, por ejemplo, a Dionisio, un ingeniero –después supimos que fue compañero de estudios de Max Pineda, en el Politécnico– que era evangélico, pero percibió en nosotros una viveza y se pegó a nosotros. El punto es que él era novio de Lulú Pineda, que es de México. Entonces, a través de Dionisio encontramos a Lulú, y a través de Lulú encontramos a todos los Pineda. Este es el tipo de encuentros que se comenzaron a dar.

¿Cómo se dio el encuentro de Comunión y Liberación en México?

Fue ese tipo de encuentros. Después, en 1986 llegaron otros dos Memores Domini, Bruno Gelati y Stefano Lavaggi. Cuando llegaron nos mudamos a la Ciudad de México. Yo seguía yendo a Coatzacoalcos cada 15 días. Cuando llegamos, hacíamos las reuniones en la Vicente Guerrero, que es donde estaban los Pineda a quienes habíamos conocido. Había mucha gente. Hacíamos las reuniones, encuentros, caritativa. Fue importante aquí haber sido acogidos por mons. Francisco Aguilera, obispo auxiliar de la sexta vicaría y era encargado de la educación. Nos ayudó mucho para que diéramos clases. Contemporáneamente, otro obispo, de Campeche, mons. Héctor González también pidió a don Giussani enviar personas del movimiento. Llegaron Giampiero Aquila, Giuseppe Zaffaroni, Daniele Tonti, Samuel Dal Gesso. Eran Memores y comenzaron una obra sobre todo para los universitarios. También nosotros en México tuvimos un centro cultural en que hacíamos reuniones con universitarios. Al inicio lo hicimos en el CUC. Invitábamos varias personas. Carlos Castillo Peraza, por ejemplo, Traslosheros, etcétera. Después, en el 91, al obispo de Campeche lo pasaron a Oaxaca y también allá pidió ayuda de CL. El primero que fue se llamaba Anastasio, pero tuvo problemas serios de salud y tuvo que regresar a Italia. Llegó también Lorenzo Fanelli, que era Memore, y después Daniele Semprini, Fabrizio Accaiaro. También allí hicieron varias obras, un periódico universitario, una sociedad civil dentro de la universidad… Y también en el 87 habían llegado Memores mujeres a Coatzacoalcos, pero estuvieron sólo dos años, bellísimos, pero no pudo ser más porque nosotros los Memores no tenemos un apostolado particular, dependemos del trabajo y allí en Coatzacoalcos se dificultó encontrar trabajo.

Amedeo en la oficina del movimiento en México

¿Te imaginaste que este movimiento iba a crecer de tal magnitud a lo largo de estos años? ¿Te lo habías planteado?

Uno se da cuenta hoy de lo que siempre ha testimoniado don Giussani: que aquel que opera es Otro, es Él. Si yo me tuviera que mirar a mí y todo mi recorrido con todos los desastres que hice… No. Pero esta fidelidad –el punto fundamental es ese–, una vez que Cristo toma la iniciativa sobre ti, tú te vuelves, aunque tu sí sea pequeño, un instrumento de Su proyecto. Entonces, que el movimiento crezca, es evidente que no depende por ti ni por nosotros. Crece en la medida en la cual yo digo sí a Cristo, aun en la medida en que siga siendo destartalada. De hecho, don Giussani siempre dijo: “he visto crecer”, es decir, es el Espíritu, no eres tú. Para mí esto es evidente. Estos días que me estoy despidiendo de México encuentro personas que me dicen “gracias, porque me ayudaste”. Yo no me acuerdo de haber ayudado particularmente. Más bien sí me acuerdo que si hubiera sido por mí no habría nacido nada. Pero esto es el ejemplo más grande de la potencia de Cristo, porque Cristo no sólo actúa a pesar de ti sino a través de ti. Claro, se necesita una fidelidad última. Don Giussani, una de las cosas que me agradeció, fue esa: “Gracias, Amedeo, porque conviene siempre ser fieles”.

Amedeo Orlandini junto a un grupo de Memores Domini de las distintas casas de México