Testimonio de Regina en la JIC, Monterrey

En Cristo, soy una creatura nueva

Testimonios JIC en México: ante la enfermedad, Regina, de Monterrey, testimonia cómo puede vivirla con alegría, el Señor pasa a través de amigos concretos y un lugar que educa su corazón, por medio de gestos como la caritativa

Tengo más de 20 años en el movimiento, le doy gracias a Dios que me ha elegido dentro de este carisma. Sin está compañía, yo no hubiera podido atravesar circunstancias fuerte de mi vida. Agradezco a María Rosa, por medio de quién me ha sucedido el encuentro con Cristo, y a ustedes, amigos, no solo a los de la Comunidad de Monterrey, sino a todos los amigos del Movimiento de CL que son parte de mi vida y me han acompañado en este camino al destino. Tengo presente lo que se nos dijo en los Ejercicios pasados. “Martha, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria”; sonaron para mí como una pregunta: ¿dónde podemos encontrar en lo cotidiano esta única cosa necesaria? Yo, la he encontrado aquí, en la Escuela de Comunidad, en los gestos, en los Ejercicios, en las vacaciones, ahí está la nube de testigos como Franco, Padre José Miguel, María Rosa, Oli, Amadeo…

Quisiera centrarme en mi experiencia con la caritativa, a la que fui invitada como responsable del gesto. Me ayudó a comprender más el carisma, a adherirme y vivir la enfermedad de manera distinta. Ser la responsable me enseñó a obedecer y a hacer un trabajo previo. Yo soy muy rebelde, me han tenido mucha paciencia; me encantaba ir a ver a los viejitos, pero no quería hacer el trabajo previo. Me gustaba ir con los amigos porque eran como familia, y trataba de resolver los problemas de quienes visitábamos –creo eso nos pasa a todos–. Pero el trabajo previo es muy importante, me ayudó a ir entendiendo de lo que se trata: “aprender que la ley de la existencia es la gratuidad, a imitación de Jesús de Nazaret” (El sentido de la caritativa). También, aprendí de las correcciones fraternas, que me costaba aceptarlas; muchas veces me provocaron enojo, no era fácil, no me gusta que me digan qué hacer; poco a poco este trabajo me ha hecho más dócil.

La caritativa me ayudó también a vivir la enfermedad de mi madre, de mi padre y de mi hermana de manera distinta, con una mirada diferente. Mi madre con demencia senil, mi padre sufrió una embolia, y mi hermana se quedó parapléjica. Mi madre se volvió una niña, tuve que cantarle, leerle cuentos, llevarla a misa… veía en ella a Cristo que la miraba con ternura. Con mi hermana fue diferente, no quería hablar, ya no quería vivir. Yo le decía al Padre Franco: “por más que le quiero animar, ella parece no estar”. El Padre lo único que me dijo fue: “No trates de resolver su vida, solo escúchala”. Estar es lo importante. A mi padre tenía que bañarlo yo, y aprendí a hacerlo con mucho respeto, cuidado y amor; aprendí con él qué es la dignidad de la persona.

Y cuando me dijeron a mí, Regina, que corría maratones, que tenía una vida saludable… que tenía cáncer, no lo podía creer, no quería contarlo a nadie. Se lo comenté a María Rosa, mi gran amiga y quien me acompañó, al Padre Franco y al que era mi esposo. Aprendí a tener caridad hacia mí misma, a amarme tal como Dios me ama, con mi fragilidad. Le hablé al Padre Franco y le conté todo. Le decía “pero, ¿que he hecho de mal, por qué tengo esto? Me respondió: “¿tú crees que Cristo era malo y hacía malas cosas? Hablaban mal de Él, y lo crucificaron. Tú no sabes por qué o para qué tienes esta enfermedad, así que vamos a pedir mucho a Dios que te tome de la mano; estarás en mi lista, tienes que seguir adelante”. Así de fácil me lo dijo, así de fácil lo entendí.

Hoy digo: “bendita enfermedad que me hizo aprender tantas cosas”. He aprendido a hacer juicios desde la razón y escuchando al corazón, estando atenta a mi experiencia elemental, ese conjunto de exigencias y evidencias en las que el hombre se proyecta y pregunta por todo lo que existe. Otra cosa que aprendí fue a dejarme ayudar; me costó mucho, tuve que llegar a ser una piltrafa para dejarme ayudar. Me dejé asombrar por Cristo, porque he estado varias veces en la raya sin embargo él ha decidido –como dice mi doctor– dejarme aquí. ¿Por qué yo? ¿Para qué? Él sabrá.

No digo que es fácil tener cáncer, ha sido una gran prueba. Y ya que tenía mi pelo, me volvió, tuve que volver a entrar a quimioterapia. Un doctor me dijo: “olvídate que te vuelva a salir pelo y que te vuelvan a crecer las uñas”. Sin embargo, aquí estoy. Son ya casi cinco años en tratamientos; han sido difíciles. Pero he aprendido por medio del movimiento que mi humanidad es frágil, rebelde, a veces tiene miedo a las incertidumbres, al dolor y me pregunto: ¿qué me ha hecho seguir con alegría?
Mi respuesta: “es la fe, la fe que ha ido creciendo en este camino de más de 20 años”. Y lo digo con mucho gusto, porque me he fiado de Otro. ¿Qué es la fe? Adherirse a lo que afirma Otro.

Como mencioné al principio, quizás era yo una Martha, que me dedicaba a hacer y hacer sin poner atención a lo más importante. Pero ahora me doy cuenta de que se nos invita es a adherirnos a Él, a Cristo vivo, que me sostiene para vivir todas mis circunstancias, por más malas que nos parezcan. Ver a Cristo en todo y en todos me ha ayudado a seguir mejorando con mi familia, en el trabajo y con los amigos.

La adhesión me ha enseñado a conocer mi humanidad frágil, que continuamente reduce la razón a medida, pero también voy aprendiendo a hacer juicios para tomar en cuenta todos los factores de la experiencia elemental que definen mi corazón, me ha ayudado a ser otra, a renacer, como decían unos ejercicios que hablaban del hombre nuevo, así me siento yo ahora, una mujer nueva, llena de Cristo. No quiero decir que soy buena o la mejor, pero sí puedo decir que soy diferente gracias a este carisma que me ha llamado a seguir.

Regina, Monterrey