Con paciencia, hay un camino

En la pasada Meeting de Rimini, una de las exposiciones más significativas fue la de: Con paciencia hay un camino, el testimonio de unas monjas trapenses que esperan contra toda esperanza en Siria. Gaby, de Chihuahua, asistió y comparte su experiencia.

Este año se nos presentó la oportunidad de viajar al Meeting, cosa que me emocionaba y llenaba de expectativas. Cuando llegamos, me sentí como en casa y asombrada de encontrarme un lugar que reuniera tantas iniciativas de índole, no solo cristiana, sino también de organizaciones empeñadas en ayudar a países menos favorecidos.
Nos encontramos con personas que, de la nada, llegaban a platicarnos sus vidas, con una apertura preciosa que nos llenó de curiosidad. Entre ellos estaba Fillippo, quien habla inglés; como nosotros entendíamos mejor el inglés que el italiano, de inmediato se coordinó con su equipo para apoyarnos en explicar la muestra del monasterio trapense de Azer, en Siria. Allí nos atrapó una presencia grande; estaba la hermana Marta Fagnani, quien es una clara muestra de la belleza de Cristo que se destila a kilómetros en ciertas personas. Y Filippo, toda una personalidad, hablando despacio, mirándonos a los ojos, en ese claro esfuerzo por hacernos entender… Nosotros, impresionados de las cosas que estaban ocurriendo.

¡Cómo, después de tener la experiencia violenta de la guerra, han decidido morir en el monasterio y vivir a profundidad y con amor cada cosa que ahí se construye! Desde la agricultura, la fabricación de jabones, la acogida de peregrinos y refugiados, hasta la ida al mercado… toda la vida vivida desde la perspectiva de que somos sostenidos por alguien más Grande, confiando en que todo nos es dado. No restando la fatiga del trabajo y el esfuerzo, pero vivido desde una alegría profunda que da la búsqueda de sentido de las cosas más sencillas. Una fotografía me impacto muchísimo: una maceta con flores entre los escombros, un claro mensaje de que la esperanza es mayor que cualquier miedo. Guerra, sismos, epidemias, violencia y carencia, en un mundo en que no se nos permite tener confianza, las monjas me recordaron que todo me es dado para mi bien, tal vez no consiga entenderlo del todo, pero el deseo de adherirme a esta realidad es más fuerte.

La muestra me dejó impactada, porque en una de sus filminas decía Pertenecer, Rezar, Acoger y Trabajar. Una frase que me traje y que resuena, porque ese ora et labora me persigue desde ese día; no como se persegue a una víctima, sino como un reclamo que me hace el corazón. Regresando del Meeting a la realidad cotidiana, me doy cuenta del gran regalo que Cristo ha querido darme a través de estas personas que hicieron y hacen de sus vidas un servicio.

Al regresar a casa me encuentro con mi realidad, donde los quehaceres del hogar y las actividades de mamá me provocan más: ¿cómo puedo hacer para que estas frases llenen mi vida constantemente? ¿Cómo puedo vincular el lavar platos, llevar niños, cocinar y organizar vecinos con este llamado que Cristo hizo en ese momento y me hace hoy? ¿Cómo puedo orar y pedir más que Cristo acontezca, así como con ellas, al sembrar la tierra? ¿Cómo hacerlo presente y destilarlo en otras vidas a mi alrededor como lo destilaba Sor Marta? En estos tiempos de distracción, todo un desafío. Me doy cuenta de que esta dependencia no me hace débil, sino me llama a profundizar más en este camino, a estar más atenta a la mirada de Él a través de mi esposo, de mis hijos, de mis amigos, de mi comunidad.

Con este deseo en el corazón, me doy cuenta de que Él tiene y ha tenido la iniciativa siempre, gracia que agradezco en mis oraciones. En este viaje pude darme cuenta de que hay personas que construyen esperanza en donde podríamos pensar que no la hay, en Siria donde las condiciones de guerra, religiones distintas, usos y costumbres distintos, Cristo acontece y se mantiene como novedad. Él ha querido llegar a ese lugar y todo se ha prestado para construir un monasterio tan bello, donde plantan flores que son signo de confianza. Sus raíces son esenciales en un mundo en donde la fe necesita enraizarse. Filippo comentaba que ellas son un bello instrumento de construcción, más allá de un monasterio, ya que no solo los edificios necesitan ser reconstruidos, también la esperanza.

Mucha gente se pregunta: “¿por qué construir un monasterio en un lugar que siempre está en guerra? Dicen ellas: “porque construir ahí es como un bálsamo sobre los pies de Jesús” (Jn 12, 3); un bálsamo así derramado, nunca es un desperdicio. Igual que nuestra humanidad, Él ha querido amarnos así, apostando por cada uno. Y así, Él reconstruye. Esto me hace pensar en mí, una mujer que tiene tanto que ser reconstruida. Cuando abracé a esta bellísima monja, solo le dije: “gracias”. Ella respondió: “oren mucho por nosotras”. Fue emotivo y desafiante, ya que todos necesitamos ser sostenidos. Ella contagió en mí este deseo de rezar y trabajar, de pedir cada vez más que Cristo acontezca en cada plato que preparo, en cada persona que se cruza en mi camino. Falta mucho por recorrer, seguiré pidiendo.

Gaby Anaya, Chihuahua