La pasión por el hombre

“Dilexi Te” es el primer documento magisterial de Papa León XIV, quel recoge y enriquece las notas de su predecesor. Nos pone a todos en el origen del cristianismo como pasión por el hombre.
Giampiero Aquila

El pasado 4 de octubre, el Santo Padre, el papa León XIV, publicó su primer documento magisterial, la Exhortación Apostólica Dilexi Te: sobre el amor hacia los pobres. Un documento que es pastoral antes que magisterial, una invitación para todos para renovar el cuidado al pobre y al necesitado en quien Cristo mismo se identifica. Recordamos la parábola sobre el juicio final: ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, migrante? cada vez que lo hicieron a uno de mis hermanos más pequeños, me lo hicieron a Mí (Mt 25, 35-41).

Ya desde el título se constata la continuidad con el magisterio del papa Francisco que el 24 de octubre de 2024 nos había regalado la Encíclica Dilexit nos: sobre el amor humano y divino del Corazón de Cristo.

Vuelve inmediatamente a la memoria la fuerza con la que don Giussani ha puesto en el centro de la experiencia humana y cristiana el valor del corazón que, en su expresión bíblica, indica el centro de la experiencia elemental, ese “conjunto de exigencias y evidencias originarias” (Giussani L. El Sentido religioso, p. 23), la impronta divina en el hombre que le hace decir a San Agustín: “nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti” (Confesiones I, 1), es la misma inquietud que don Giussani expresaba en su intervención en el Meeting de Rímini del 1985: “el cristianismo no ha nacido para fundar una religión, ha nacido como pasión por el hombre” y es la misma pasión que animaba a Jesús en los encuentros con los contemporáneos y que ha llegado hasta el ofrecimiento de sí en la Cruz. La misma que ha movido a los apóstoles, las primeras comunidades cristianas y luego a todos los que han sido alcanzados por ese ímpetu de vida que hace mirar al otro como parte de sí y como hijo del mismo Padre. Por eso, al concluir su intervención, en aquella ocasión Giussani dijo: “el deseo que tengo para mí y para ustedes es que nunca se queden tranquilos, nunca jamás tranquilos”.

Es en este surco marcado por el “corazón inquieto” agustiniano y por esa pasión por el hombre que hace que “nunca se queden tranquilos” deseado por don Giussani, que se inserta este primer documento pastoral del papa León que ya desde el encuentro con el Colegio de los cardenales del 10 de mayo, que lo habían electo como 267º sucesor de san Pedro dio una primera y significativa indicación programática para su pontificado con una explícita referencia a la Exhortación Evangelii Gaudium de su predecesor, además de dar las razones del nombre que había escogido con una referencia directa al papa León XIII y a la Encíclica social Rerum novarum.

En ese momento el Papa indicó seis puntos del pontificado que estaba por empezar: el regreso al primado de Cristo en el anuncio, la conversión misionera de toda la comunidad cristiana, el crecimiento en la sinodalidad y en la colegialidad, la atención al “sensus fidei”, el cuidado amoroso de los débiles y descartados, el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades.

Esta Exhortación Apostólica tiene sus raíces en el quinto punto de ese programa, y en el prólogo se declara explícitamente: “habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra mucho hacerlo mío –añadiendo algunas reflexiones– y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres… en el llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con los cuales todo santo intenta configurarse” (DT n.3).

“Te he amado” (dilexi te) es esa pasión por lo humano de Cristo hacia el pobre y el sufriente que ayuda a entender la Encarnación y describe el porqué de “la atención de la Iglesia por los pobres y con los pobres imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no tienes poder ni fuerza, pero “yo te he amado” (ibidem).

Esta atención por y con los pobres supera todo pauperismo asistencialista, el abrazo al pobre y al indigente no se inscribe en el orden de la beneficencia sino en el de la Revelación, es decir, que ese Jesús que dice a los suyos: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes” expresa el mismo concepto que cuando promete a los discípulos “Yo estaré siempre con ustedes” (DT n.5).

El cuidado auténtico hacia quien se encuentra en necesidad, el que contempla la dignidad de la persona, supone necesariamente actuar para que él mismo sea protagonista de su propia historia. Esa misma dignidad conlleva a reconocer que todos somos competentes en cuanto a la plenitud de nuestra persona, en cuanto dotados del mismo conjunto de exigencias y evidencias elementales. Acompañar al necesitado implica que el primero en ser ayudado es quien acompaña, para aprender la ley de la vida, esa exigencia fundamental de interesarse por los demás, esa exigencia original y natural en el hombre que no puede reducirse al socorrer las necesidades ajenas, ¿sabré acaso yo cuál es la necesidad del necesitado si no la abrazo con él? El acercamiento a los demás, por el simple hecho de que están, nos hace descubrir, por una parte, que no somos nosotros quienes los hacemos felices, ni siquiera las sociedades más perfectas (Giussani L. El sentido de la caritativa, p. 10), sino que el mismo Dios, siendo rico, se hizo pobre y así se hace cargo de nuestra pobre condición humana.

Dice el Papa: “…lo hemos conocido en la pequeñez de un niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí compartió nuestra pobreza radical que es la muerte”. Se comprende bien, entonces, por qué se puede hablar también teológicamente de una opción preferencial por los pobres (DT n. 16).

Nuevamente la tradición latinoamericana viene a mostrarse como un punto de renovación para la Iglesia universal. Seguramente el camino que ha sido abierto por Francisco y ahora nuevamente por el papa norteamericano pero Obispo peruano, vuelve a indicarnos el camino del Consejo Episcopal Latinoamericano. Si el papa Francisco comunicó la reflexión del CELAM de Aparecida (2007) ahora el papa León nos remite a la Asamblea de Puebla de 1971, teatro de la histórica primera visita de San Juan Pablo II a México.

Precisa el Papa: “Esta preferencia no indica nunca un exclusivismo o una discriminación hacia otros grupos, que en Dios serían imposibles; esta desea subrayar la acción de Dios que se compadece ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad… se preocupa particularmente de aquellos que son discriminados y oprimidos, pidiéndonos a nosotros, su Iglesia, una opción firme y radical en favor de los más débiles” (ibidem).

Es entonces que comprendemos cómo esta “opción preferencial” es una preferencia por el encuentro con Cristo, máxima conveniencia humana, porque anhelamos encontrar el sentido de nuestro existir que solamente está en Cristo y que los gestos concretos de acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles para los cuales, decía Papa Francisco, somos todavía analfabetos (DT n. 115), permiten experimentar de primera mano Su presencia en concreta ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano? (DT n. 116). Es así como el necesitado es quien nos evangeliza, dice el Papa, al ponernos delante de nuestra propia fragilidad revelando el vacío de una falsa seguridad y, con San Gregorio Magno, recuerda la parábola de Lázaro y el rico Epulón, “porque este rico no fue castigado precisamente por robar lo ajeno, sino porque malamente reservó para sí solo los bienes que había recibido. También lo llevó al infierno esto: el no vivir temeroso en medio de su felicidad… el no tener entrañas de caridad” (DT n. 109).

Para concluir nuevamente don Giussani nos ayuda: “Para comprender no basta saber: hay que obrar con ese coraje de la libertad que consiste en adherirse al ser que se ve, es decir, a la verdad. Si la ley de la existencia es compartir nuestro ser con los demás, debemos compartirlo todo, en cada instante. Esta es la madurez suprema, que se llama humanidad o santidad”. (Giussani L. El sentido de la caritativa. 2018 p. 14).